Los girasoles ciegos es la magnífica novela de Alberto Méndez. Digo la porque, al menos que yo sepa, es su única novela.
La obra se compone de cuatro relatos (cuatro derrotas) que se relacionan entre sí, de manera que juntos conforman una novela, pero también permiten la lectura por separado; eso sí: solo leyendo todas las partes llega saberse qué pasa con los personajes.
Primera derrota: 1939 o Si el corazón dejara de latir.
Narra la historia de Alegría, un capitán de las fuerzas franquistas que decide desertar y unirse al bando republicano justo cuando los nacionales ganan la guerra, alegando que se había dado cuenta de que su bando no quería ganar la guerra, sino aniquilar al enemigo. No acaba bien.
Segunda derrota: 1940 o El manuscrito encontrado en el olvido.
Un poeta huye con su mujer, embarazada de ocho meses. Durante la marcha, por el monte, la chica, Elena, se pone de parto y muere. Desesperado, el muchacho no sabe qué hacer con el bebé pero, a fuerza de trabajos y aislados en medio de la nieve, consigue mantenerlo con vida. Al mismo tiempo va escribiendo una especie de diario que alguien encuentra un tiempo después. No acaba bien.
Tercera derrota: 1941 o El idioma de los muertos.
Juan Senra está preso en una cárcel franquista (obviamente, dado el año en el que transcurre). Las penurias que pasa son incontables, como lo son los represaliados, los seres anónimos que salen cada noche en una furgoneta con destino al paredón. Ese sería también el futuro de Juan Senra si no fuera porque se aferra a una mentira y le hace creer al coronel Eymar y a su mujer que ha conocido a su hijo, del que inventa hazañas y aventuras. Juan Senra hace, entre la miseria, un amigo, conoce a Alegría, e intenta escribirle una carta de despedida a su hermano, consciente de que su futuro pende de una mentira, y esta de una capacidad cada vez más débil de soportar la tristeza. ¿Acabará bien?
Cuarta derrota: 1942 o Los girasoles ciegos.
Los girasoles ciegos son la metáfora de la gente perdida, que no sabe a qué aferrarse, ni qué lugar ocupa en el mundo, ni cómo ha llegado a ser quién es, ni qué es, ni por qué. Esta es la situación está el diácono que se obsesiona con una mujer. Esta mujer, Elena, vive con su hijo, Lorenzo, y con su marido, un republicado que se esconde en un armario. La relaciones de estos personajes con los de los cuentos anteriores son cercanas. Tampoco acaba bien.
Es un libro sobrecogedor y magnífico. Las historias son breves pero están llenas de detalles, de palabras precisas que llenan todos los huecos de matices. Un libro imprescindible que nos deja el amargo sabor de la derrota pero que también nos refresca la memoria y nos previene contra el peligroso "no volverá a pasar".
Publicado por Anagrama.
Páginas: 155.
Fragmento:
Con la turbación con que se pronuncia un sortilegio, Juan Senra, profesor de chelo, dijo sí y, sin saberlo, salvó momentáneamente su vida.
- ¿De verdad le conoció? - preguntó el coronel Eymar, sacudiendo su somnolencia e iniciando un gesto de aproximación al acusado, algo parecido al interés de un entomólogo que se fija en algo diminuto que se mueve.
-Sí.
-¡Sí, mi coronel! -tronó atiplado su coronel.
-Sí, mi coronel.
Juan Senra llevaba en pie desde el alba, vestido con un mono azul y un jersey raído que dejaba entrar el frío y manar el miedo. Su extremada delgadez, la nuez que saltaba asustada cada vez que tragaba saliva y un abatimiento que enarcaba sus espaldas hasta hacer de él algo convexo, le habían convertido en una cicatriz de hombre incapaz ya de fijar la mirada sin sentir náuseas.
-¿Dónde?
-En la cárcel de Porlier.