Se trata de una obra ya clásica que, más que un libro es una sugerencia. Me explico, es extremadamente corto, no profundiza en nada, está construido a partir de repeticiones que sugieren lugares y movimientos de los que prácticamente no se cuenta nada; los personajes apenas están descritos, ni física ni psicológicamente (salvo unos apuntes mínimos) y, sin embargo, el libro es una pequeña joyita, un poema en prosa.
La historia es sencilla: Hervé Joncour trabaja para Baldabiou, que lo envía a Japón en busca de gusanos de seda. Allí conoce a Hara Kei, con quien hace negocios, y a una muchacha que lo acompaña, de la que se enamora, pero a la que no tiene acceso.
Joncour es feliz en su matrimonio con Hélène y está contento con su vida, pero poco a poco va obsesionándose con la muchacha, de la que no conoce ni la voz.
Se da así una especie de triángulo amoroso en el que juega un papel determinante Madame Blanche-, un triángulo de deseos profundos y contenidos, como la propia narración; un juego más imaginado que real, como se ve en un pasaje erótico bastante explícito.
Quiero llamar la atención con respecto a este pasaje porque a pesar de ser bastante explícito se trata de un encuentro lleno de amor y ternura, de respeto por el ser amado; algo que está muy lejos de la burda vulgaridad que campa a sus anchas por libros de lectura desgraciadamente habitual, muchos de ellos orientados al público juvenil.
Por esta escena lo recomiendo para mayores de 16 años, pero puede leerlo cualquiera.
Publicado por Anagrama.
Páginas: 125; con letra grande y numerosos espacios. Realmente el libro se lee de dos horas.
Fragmento:
Por vez primera en su vida, Hervé Joncour llevó a su mujer aquel verano a la Riviera. Se instalaron durante dos semanas en un hotel de Niza, frecuentado sobre todo por ingleses y famoso por las veladas musicales que ofrecía a sus clientes.
Hélène se había convencido de que en un lugar como aquel lograrían concebir el hijo que, en vano, habían esperado durante años. Juntos decidieron que sería un niño. Y que se llamaría Philippe. Participaban con discreción en la vida mundana del balneario, para divertirse después, encerrados en su habitación, burlándose de los tipos extraños que habían conocido. Una noche, durante un concierto, conocieron a un comerciante de pieles polaco: decía que había estado en Japón.
La noche antes de partir, Hervé Joncour se despertó cuando todavía era de noche, y se levantó y se acercó a la cama de Hélène. Cuando abrió los ojos, él oyó su propia voz que decía suavemente:
-Te amaré siempre.
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