La autora rumana nos presenta un libro de cuentos en el que narra la vida de una aldea durante la dictadura de Ceaucescu.
Los cuentos están escritos desde la perspectiva de una niña, lo que lleva a la narradora a contar sucesos trágicos con un aire de inocencia que acrecienta el desasosiego del lector y produce un extraño efecto antitético.
Müller no habla de política, pero cada uno de los relatos es una pequeña crítica, una pequeña rebelión, pues la decisiones políticas afectan a cada uno de los habitantes de esa aldea, sean o no conscientes de ello. Es tal la crítica que se hace, que la propia autora acabó exiliada por las presiones del gobierno rumano.
El libro consta de quince cuentos de extensión variable. Todos están narrados por la misma autora e inmersos en una especie de nebulosa, un ambiente onírico que refleja la incomprensión de la realidad circundante.
La lectura de este libro es muy aconsejable, no solo por el tema que trata, sino también porque está magníficamente escrito (no en vano su autora recibió en Premio Nobel de Literatura en 2009).
Se puede leer perfectamente a partir de los 16 años, si bien es cierto que convendría tener un poco de madurez para poder entender algunos pasajes.
Publicado por Debolsillo.
Páginas: 192.
Fragmento:
"En tierras bajas"
Mientras hablaba, papá no dejó de acariciarle el lomo a la ternera. Yo lo miré a la cara. No se le notaba que estaba mintiendo. Quise sacar su mano del lomo de la ternera, quise tirar esa mano al patio y pisotearla. Quise que se le cayeran los dientes por decir esa mentira.
Papá era un mentiroso. Y todos los allí presentes también mentían con su silencio. Todos estaban ahí papando moscas. Los fui mirando uno a uno: sus horribles caras sebosas, sus narices, sus ojos, sus cabezas de pelambre hirsuta. La barba de dos días de papá duplicaba y ocultaba su ordinariez. Las manos de papá rubricaban sus palabras mendaces y resultaban convincentes en cada uno de sus gestos.
El veterinario sacó un cuadernillo de su cartera pringosa, escribió algo en una hoja, la arrancó y se la entregó a papá. Mientras el hombre escribía, papá ya le había metido un billete de cien lei en el bolsillo del abrigo, pero el veterinario fingió no darse cuenta y siguió escribiendo.
Papá se quedó con la hoja en la mano. En ella constaba que la ternera se había accidentado. Era la autorización para el sacrificio de urgencia.
El veterinario vació también de un solo trago la octava copita de aguardiente y ahuyentó de su bicicleta a las gallinas, que se dispersaron cacareando.
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