martes, 30 de octubre de 2018

Los asquerosos (Lorenzo, Santiago)

Manuel es un muchacho que ha tenido una infancia bastante solitaria por culpa de la desidia de sus padres. Es una especie de hombre hecho a sí mismo, un ser invisible, normalito, que va ganándose la vida poco a poco. En cuanto puede abandona el (no) hogar familiar y se independiza, pero su salario es muy bajo y malvive hacinado como otros infelices como él, en un cuchitril madrileño. 
Un día sufre un percance que lo obliga a huir de la policía: hiere a un antidisturbios, que pretendía pegarle, con un destornillador. 
A partir de ese momento inicia la huida con la ayuda de un tío suyo (narrador de la historia) y se va a vivir a un pueblo castellano abandonado: Zarzahuriel. 
Manuel, que nunca ha pisado el campo, se va acostumbrando a la soledad y fantasea con la idea de que ya está a salvo, sin embargo, la llegada de una familia a una casa vecina (los mochufas) pone en peligro su plan. 

El libro es un canto a la libertad, a la vida sencilla del que prescinde de todo lo accesorio y busca la fusión con la naturaleza. Es, también, un crítica política y social: a la ley mordaza, a los abusos de poder, a la búsqueda de dinero, a la tontería generalizada, a la estupidez inoculada, a la falta de valores, etc. 

Como siempre, Santiago Lorenzo juega con el humor para hablar de situaciones dramáticas; sin embargo en este caso creo que se le va un poco la mano en la búsqueda de un léxico depurado y en la proliferación de descripciones pormenorizadas de todo lo que hace el protagonista para sobrevivir. 

Por lo comentado anteriormente lo recomiendo a partir de los 16; pero en realidad puede leerse a cualquier edad (dependiendo de las ganas y las costumbres lectoras de cada uno).

En general creo que es un buen libro y recomiendo mucho la lectura de todas las obras de este autor; aunque mis preferidas son Los millones y Los huerfanitos

Publicado por Blackie books. 
Año de publicación: 2018.
Páginas: 221. 

Fragmento:
La madriguera en la que Manuel plantó pica no era así como muy atractiva. Pero él tendía a ver acogedor el alrededor en el que cayera. Propendía a la conformidad con el entorno, sin importarle sus notas escópicas o ambientales. Eso que se ahorraba en decoración, atrezo y luminotecnia. Funcionaba de cámara para dentro, por lo que el aspecto del plató le era de relevancia muy relativa. La vetusta casa nueva ofrecía además algo insólito para él: sitio. Qué de metros, cuadrados, cúbicos. Manuel corría a veces por el pasillo, sólo para ver cómo era hacerlo bajo techo propio. Siempre había una estancia más de lo que recordaba, en su recuento mental de habitaciones. 
Vivir varado en  Zarzahuriel debía de tener sus débitos, sus incomodidades y sus sevicias. Pero mejor aquello que estar donde los teleoperadores, trabajando a favor de que a un ciudadano comunitario le sorbieran el dinero por la vía de la fraudulencia descarnada. Mejor aquello que estar en su pieza de la calle Montera, desechando la idea de meter en casa alfombras demasiado gruesas para no tener que ir dando con la cabeza en el techo. Y como recordaba Montera, recordaba su portal, mucho antes que la cajita en la que moraba. Recordaba su cámara de vídeo, mucho antes que sus apliques. Recordaba el poco de rojo que punteó el cuello del antidisturbios, mucho antes que nada. 

Versiones de Teresa (Barba, Andrés)

Teresa es una adolescente que sufre un retraso mental. También es la excusa de la que se sirve el autor para indagar en el interior de otros dos personajes: Verónica, la hermana mayor; y Manuel, un monitor que conoce a la chiquilla en una campamento. 
A lo largo del libro se intercalan las perspectivas de los dos personajes, Verónica y Manuel: la primera cuenta la historia desde el pasado hasta el presente; el segundo al revés, desde el presente va haciendo un flashback que nos permite entender cómo se van desarrollando los acontecimientos. 
Ambos personajes desgranan sus sentimientos, deseos, inseguridades, miedos, etc., a través del reflejo que tienen en Teresa, la cual actúa como una especie de tambor que lo amplifica todo, puesto que su falta de comprensión y su incapacidad para hablar hacen que los demás reflexionen y analicen sus propios comportamientos y sentimientos en una sucesión de monólogos intercalados.  
Manuel se ha enamorado de Teresa y siente por ella una pasión culpable e incomprensible.
Verónica ama a Teresa como hermana mayor, pero también siente celos, envidia, vergüenza, tristeza...
Teresa es el personaje a través del que se expande la acción pero cuya mente es absolutamente inescrutable. 

Es un libro interesante que juega con el tabú y lo exprime, sin juzgar. Un gran logro creo que es la elección de las voces narrativas, pues todo lo que sabemos es a través de las perspectivas de los dos personajes. 

No me parece un libro apto para un público muy joven porque a veces el narrador se detiene a analizar pormenorizadamente los sentimientos y las contradicciones de Verónica y Manuel, lo cual puede resultar algo pesado. 

Edad: creo que a partir de 18 años; aunque pienso que a partir de 16 se puede leer de todo. Aun así, me parece que le interesará a gente de más edad. 

Publicado por Anagrama. 
Año de publicación: 2006. 
Páginas: 203. 

Fragmento: 
Verónica pensaría mucho tiempo después que tal vez fue aquello lo que misteriosamente creó un vínculo definitivo entre los tres: la dependencia. La dependencia de Manuel hacia Teresa. La dependencia de Teresa hacia Manuel. Su propia dependencia al amor de Manuel y al de su hermana. El amor dirigido a los distantes era perfectamente puro, pues la vida acabada en un distante ya no podía dar nada nuevo. Se deseaba que el distante hubiera existido, y había existido. Pero en aquel momento todavía no podía explicarse a sí misma con exactitud lo que sentía. Su propio amor hacia aquel chico aún desconocido era simple inocencia, pero una inocencia que parecía soportar el peso del universo entero, que se asemejaba a un vínculo al que no había que intentar interpretar, sino ante el cual se debía aguardar pacientemente, hasta que de él brotara naturalmente la luz. Desde fuera un amor siempre parece más grande que desde dentro. Desde fuera un amor parece siempre total y sin fisuras. Y resultaba que Verónica no podía verlos más que desde fuera en ese momento, como si se tratar de un ojo duro y objetivo situado en lo alto de la sala que contemplara desde arriba a los tres, más que como personas, como objetos pasivos que estaban desnudamente expuestos a que les sucedieran cosas. 
A Manuel le conoció durante la merienda que siguió a los números, cuando aún algunas personas comentaban el desaguisado de la actuación de Teresa y sus dos compañeras. Parecía que la simple presencia de aquel chico llamara al comentario como la nieve a la forma de los objetos que cubría; todo en él era expectativa. Y desde que terminaron los número y Teresa se reunión con ella y su madre, aquel chico vagabundeaba por los alrededores de la conversación, intentando acceder a ella, a Teresa, a quien miraba estuviese donde estuviese. Al final fue todo mucho más simple y natural de lo que habría cabido esperar. Fue su madre misma quien se acercó hasta él, con aquella frialdad suya medida y lenta, pero con una ligera vacilación en la voz que de pronto delató su curiosidad. 
"Hola -dijo-. Soy Diana, la madre de Teresa."
La voz de Teresa, no Teresa, contestó: 
"Manuel."
Una manera de pronunciar su nombre que parecía más una súplica que una información. 
"Entonces tú te llamas Manuel", concluyó, ante la pasividad del chico, que se había quedado inmóvil, mirando a Teresa y después a Verónica. 
"Sí, fui monitor en el campamento al que fue su hija este verano."


Volver (Jaime Gil de Biedma)

  Después de mucho tiempo vuelvo a leer este libro de Gil de Biedma: representante indispensable de la llamada Generación de los 50. Algunos...