miércoles, 12 de septiembre de 2018

La buena letra (Rafael Chirbes)

En este libro aparecen dos mundos, el heredero de la guerra civil y la posguerra, el mundo de Ana; y el de su hijo, criado en democracia. 
No se trata, sin embargo, de un libro político (aunque también lo es) sino de los avatares de una familia que ha tenido que sufrir un momento histórico desafortunado y que, en la actualidad, se siente juzgada por una generación cuya vida ha sido mucho más fácil y en la que, lejos de encontrar serenidad y apoyo, encuentra incomprensión. 
Ana le escribe a su hijo y le cuenta su vida, sobre todo en lo que se refiere a su relación con la familia de su marido, con su cuñado, Antonio, y con Isabel, su mujer. 
El deseo de ascenso social que pervierte las relaciones familiares, el apego a la moral, la miseria, el amor y el deber … todo ello se narra en el libro de una manera magistral. 

Lectura más que recomendada. Es un libro muy corto en el que se muestra el saber hacer de los grandes escritores. Una pequeña obra de arte. 

Edad: creo que a partir de los 15 se puede leer perfectamente. 

Fragmento: 
Con tu padre no me atrevía a hablarlo. Él tenía que darse cuenta, lo mismo que nos dábamos cuenta la abuela María y yo, pero callaba. Después entendí que, para conseguir callarse, se sometía a violencia y que eso empezó a hacerle un daño que acabaría por cambiarle el carácter. Cuando nos comunicó que estaba embarazada, y que el médico le había anunciado dificultades y le había impuesto un régimen severo, supe que aún iba a hacerse mayor la diferencia entre ellos y nosotros. No me equivoqué. A partir de ese día llegaban a casa huevos, carne y leche, a los que nosotros no teníamos acceso. 
Tu tío ya sólo de vez en cuando iba al fútbol. Se quedaba con ella las tardes de domingo, y yo se lo agradecía porque así me libraba de la obligación de silencio con achicoria. En cierta ocasión -creo que fue por Navidad, porque recuerdo una tarde muy fría-, tu padre y José se fueron al partido y yo me llevé a tu hermana a casa de la abuela Luisa y luego al cine, mientras ellos dos se quedaban en casa porque tu tío había dicho que no se encontraba bien. 
A la salida del cine nos acercamos tu hermana y yo al quiosco del parque. Yo con la intención de cambiar una de aquellas novelas de amor que me gustaban, y tu hermana porque quería que le comprase un recortable que le había prometido. Cuando pasamos frente al Casino, tu hermana se rezagó, pegó la cara al cristal de la fachada y dijo: "La tía Isabel y el tío Antonio están allí."
La aparté de un manotazo y ni siquiera la creí. Pero ella insistió: "Están ahí, en la mesa del rincón." Volví la cabeza y, por el agujero que en el vaho del cristal había hecho tu hermana con la mano, vi que sus ojos me miraban y que luego se apartaban precipitadamente en otra dirección. 
Durante la cena de esa noche, se sirvió lo mismo que todo el mundo, no se refirió para nada a sus molestias de estómago ni de embarazo, ni buscó el cazo para apartar la comida. Y cuando tu padre y yo nos metimos en la cama, me odié, porque me faltó valor para contárselo. Quizá porque no tenía ganas de escucharle otra vez que todas las mujeres éramos egoístas. 

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