martes, 3 de julio de 2018

Cuando sale la reclusa (Fred Vargas)

El comisario Adamsberg se halla ante un difícil caso que lo enfrentará con su buen amigo Danglard. Se trata de una serie de muertes de ancianos que se producen por la picadura de una araña, conocida como reclusa. Lo extraño del caso es que la picadura de esta araña, aunque venenosa, no es letal (mucho menos desde la aparición de los antibióticos). 
La investigación conduce al comisario hasta un antiguo orfanato, donde una pandilla de impresentables torturaba a sus compañeros, entre otras cosas, con la susodicha araña. Curiosamente, son los miembros de la mencionada pandilla, ahora ya ancianos, los que empiezan a morir inexplicablemente. 
En esta novela, la autora juega con los significados de la palabra "reclusa" y con sus conocimientos de la Edad Media; como en otras ocasiones (véase: Huye rápido, vete lejos).

Si te gustan la novela negra y la historia, y si no tienes aracnofobia, este es tu libro. 

Lo recomiendo para mayores de 16 años más que nada por sus 400 páginas, pero en realidad podría leerlo cualquiera. 
Es el cuarto libro que leo de la autora y me sigue gustando, aunque creo que esta vez el desenlace es un poco rocambolesco de más. 

Publicación de la traducción al castellano: 2018.

Fragmento: 
[...] ¿Qué apellidos, qué años me han dicho?
-Dos, doctor. En 1943, con once años, entró el joven Albert Barral...
El doctor Cauvert soltó una nueva risotada, pero esta vez breve y mordaz. 
-¡Caramba, el Pequeño Barral! ¡Barral, Lambertin, Missoli, Claveyrolle, Haubert!
- Entonces, ¡toda la pandilla! La peor que mi padre haya conocido en treinta y ocho años de carrera. La única con la que no pudo; los únicos que quiso excluir. El diablo había entrado en sus almas. Expresión prohibida para un psiquiatra infantojuvenil y, sin embargo, era lo que decía mi padre, y, de niño, lo creía que era verdad. Lo intentó todo. Innumerables conversaciones, la escucha, la comprensión, médicos, medicamentos, pero también castigos, privaciones, supresiones de paseos. Todo. ¿Estaba la suerte echada? ¿Podrían las cosas haber sido diferentes sin ese pequeño cabrón de Claveyrolle? Porque era él el jefe, el inspirador, el cabecilla, el dictdor de su tropa (llámelo como quiera). Siempre hay uno. [...]
- Deme una satisfacción primero, comisario: ¿qué fue de Barral? De Claveyrolle, lo sé: profesor de dibujo. ¡Profesor, qué ironía del cielo! Pero es verdad que tenía talento, sobre todo para caricaturizar a los profesores y dibujar mujeres en pelotas en los muros del patio. Una vez, lo verá en el dosier, logró introducirse en el dormitorio de las niñas y pintó en todas las paredes. ¿Qué pintó? unos cincuenta sexos masculinos. Pero ¿y Barral?.
- Agente de seguros . [...]
- Debería haberlo imaginado. Son ustedes policías, al fin y al cabo. Así que hay muertos. ¿Qué ha pasado?
- Fallecieron el mes pasado, con ocho días de diferencia -dijo Adamsberg-. Ambos a resultas de una mordedura de reclusa. La araña.
El semblante del doctor Cauvert se había petrificado. [...]

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