Vivian Gornick escribe una obra autobiográfica en la que destacan sus relaciones personales, sobre todo la relación con su madre. Es interesante constatar que las diferencias entre ambas mujeres, tanto en lo que se refiere a su nivel de formación como a sus aspiraciones en la vida, vuelven complejo el vínculo madre-hija, el mayor de los apegos.
Se puede leer a partir de 16 años, pero la verdad es que creo que es un libro que suscitará poco interés antes de los 30 o 40.
Fragmento:
Viví en aquel bloque de pisos entre los seis y los veintiún años. En total había veinte apartamentos, cuatro por planta, y lo único que recuerdo es un edificio lleno de mujeres. Apenas recuerdo a ningún hombre. Estaban por todas partes, claro está -maridos, padres, hermanos-, pero sólo recuerdo a las mujeres. Y las recuerdo a todas tan toscas como la señora Drucker o tan feroces como mi madre. Nunca hablaban como si supieran quiénes eran, como si comprendieran el trato que habían hecho con la vida, pero a menudo actuaban como si lo supiesen. Astutas, irascibles, iletradas, parecían sacadas de una novela de Dreiser. Había años de aparente calma y, de repente, cundían el pánico y la locura: dos o tres vida marcadas (quizá arruinadas) y el tumulto se apagaba. De nuevo calma silenciosa, letargo erótico, la normalidad de la abnegación cotidiana. Y yo -la niña que crecía entre todas ellas, formándose a su imagen y semejanza- me empapaba de ellas como de cloroformo impregnado en un paño apretado contra mi cara. He tardado treinta años en entender cuánto entendí de ellas.
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