Un funcionario de Asuntos Sociales es destinado a la ciudad de San Cristóbal, lugar originario de su mujer. Allí se traslada con la familia: la esposa, Maia, y la hija de esta, fruto de una relación anterior, Moira. El protagonista-testigo nos va contando la historia desde el presente, una historia que ha sucedido veinte años antes y que trata de la aparición de un grupo de unos treinta niños que, en principio, se dedican a la mendicidad o a jugar por las calles. Nadie sabe de dónde han salido ni a dónde van cuando no están a la vista. Los muchachos parecen pacíficos, pero poco a poco se van desencadenando sucesos que los implican en actos violentos. Además, ya desde el principio, se respira un aire desasosegante, desde el mismo día de su llegada a la ciudad, cuando atropellan a un perro.
El libro trata sobre la infancia como tal, pero también sobre la percepción que los adultos tenemos de ella. Los niños se organizan, pero los adultos son incapaces de entender en qué está basada esa organización y prefieren ignorar el asunto hasta que se dan cuenta de que sus propios hijos se ven tentados por estos muchachos aparentemente salvajes.
Es un libro muy recomendable, tanto para adolescentes como para adultos. Está muy bien escrito, mantiene el suspense e invita a una reflexión seria y profunda sobre la infancia.
Salvando las diferencias, a mí me recuerda, inevitablemente, a
El señor de las moscas, de W. Golding y a la magnífica ¡y terrorífica! película de Chicho Ibáñez Serrador:
¿Quién puede matar a un niño?
Muy recomendable, a partir de 16 años.
Fragmento:
El día que llegué a San Cristóbal, hace hoy veintidós años, yo era un joven funcionario de Asuntos Sociales de Estepí al que acababan de ascender. [...]
Todo el mundo considera el asalto al supermercado Dakota como el origen de los altercados, pero el problema comenzó mucho antes. ¿De dónde salieron los niños? El documental mas conocido sobre el tema, el tendencioso cuando no sencillamente falso Los chicos de Valeria Danas, comienza con esa pomposa frase en off sobre las sangrientas imágenes del supermercado: ¿De dónde salieron los niños? Y sin embargo no deja de ser esa la gran pregunta. ¿De dónde? Si uno no hubiese conocido una época en la que no estaban allí, casi habría podido pensar que siempre recorrieron nuestras calles, mugrientos pero con su extraña dignidad diminuta, con el pelo ensortijado y las caras requemadas por el sol.
Es difícil determinar en qué momento nuestra mirada se fue acostumbrando a ellos o si las primeras veces que los vimos nos produjeron alguna sorpresa.